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sábado, 18 de diciembre de 2010

Clara y el mar.


A Clara le gustaba el mar. Le gustaba tanto como los paseos en bicicleta en las tardes de otoño, le gustaba mucho más incluso. Desde pequeña lo visitaba con frecuencia para jugar con él, o simplemente, para charlar al ritmo de las olas. Sí, Clara hablaba con el mar; reía y lloraba junto a él siempre que sacaba una buena nota, o aquella tarde nublada en la que falleció su abuela.
Siempre supo disfrutar las tardes de playa. Juntaba caracoles, armaba castillos de arena y le inventaba nombres a las distintas tonalidades de verdes, grises y azules que suelen dibujarse en la infinidad de las aguas. Soñaba y creía que el cielo era tan solo un simple reflejo de este gran cuerpo salino y que por las noches, miles de secretos de sirenas y amores que se escondían en las profundidades, se revelaban espejados en el firmamento, en la forma de cientos de estrellas.
¡A Clara le gustaba tanto el mar! Frecuentemente fingía tener el poder de dominar con el suave movimiento de sus dedos, la frecuencia e intensidad del romper de las olas contra el muelle. Intentaba con esmero, guardar en botellas los restos de bruma salina que la marea nocturna olvidaba en la costa, ya que creía con convicción, que la espuma marina eran trocitos de nubes que la luna enamorada le regalaba al océano.
Una tarde de primavera, Clara llevó a la playa su nueva muñeca de rizos dorados y mejillas ruborizadas. -Carola te presento al mar- le dijo sentando a la niña de plástico en la arena- querido mar, ella es mi nueva amiga: Carola. La tía Susy acaba de traérmela desde muy lejos- dijo. Luego, reflexionó al respecto unos instantes, seguramente su muñeca debía estar extrañando su casa y su familia. Exhaló con tristeza al chocar con esa idea. –A mi no me gustaría que me alejen de mis papás, no me gustaría que me alejen de la playa.
Esa tarde jugaron mucho. La niña corrió con su juguete a cuestas, se mojaron un poco y se recostaron a observar el horizonte. Clara asegura que durante ese crepúsculo el mar rió.
Comenzando ya el anochecer, la marea avanzaba lento, mordiendo la costa cada vez con más furia, ocualtandola bajo su cuerpo de agua.
Clara pensativa, miró a su muñeca y dijo- Caro tenemos que ir yendo. Mamá dice que cuando el Sol muere, el mar se enoja y crece, en su desesperado intento de alcanzar a su amada Luna. Termino este castillo y vamos, ¿te parece?- Carola permanecía inmóvil, inmutable sobre su trono de arena.
La muchacha le dio la espalda y continuó su obra con calma. Minutos después, un golpe de fría humedad la sorprendió distraida. La marea la estaba alcanzando. Buscó con la vista a su pequeña amiga de sonrisa eterna, pero solo agua encontró a su alrededor. Levantó su mirada impaciente, buscando con inquietud el cuerpo estático de su muñeca con vestido de colores. Entonces la vió alejándose, abrazada por las olas. Ya no podía alcanzarla. Desde la orilla, Clara la saludaba con nostalgia y resignación. El destello de la luna que asomaba se reflejaba en el sollozo de la niña. Lágrimas de cristal que también acabó por llevarse la marea.

A veces Clara se sienta en la arena, esperando aún su regreso.


2 comentarios:

Facundo Kishimoto dijo...

Elementos característicos de Lágrima: la luna, el mar teniendo al cielo como suerte de espejo. Un relato lleno de nostalgia, adornado con las metáforas a las que nos tiene acostumbrados sumado a la situación de un mar que se roba al juguete de una niña hermosa.
Me gustó mucho.

Susana M. Manca dijo...

Me encantó. La verdad es que estaba hace tiempo con ganas de leerte... por cosas de tiempo no lo hice antes... Simplemente a reiterar que me encantó.