Déjame un instante sin pensar. Déjame
hablarte con el silencio, con los pensamientos. Permíteme posarme en el viento.
Déjame los sentidos escondidos bajo el papel. Escucha, escúchame. Siente en el aire
la respiración de la noche, la tinta no derramada de nuestros labios. Déjame la
mirada en los ojos. Tómame en las palabras, destruye los restos de mi piel. Cállame
la sangre que enerva, que me revienta. Escúlpeme tus dedos en la memoria. Aléjame
la conciencia de los espejos. Déjame la esencia en llamas. Despídeme sin
lágrimas. Añórame los recuerdos maltratados. Descúbreme en los desvelos,
susurrando. Despójame de estas sensaciones que me persiguen. Evítame el llanto
de la soledad con tu eco. Déjame, déjame en penumbras cuando las heridas lo
ameriten. Lléname los espacios de la ausencia. Dibújame las penas que disimula
mi rostro en tu reflejo. Suéltame ahora, después del “más tarde” que no
cumpliré. Abandóname ahora, antes de los tiempos verbales inventados. Niégame
la posibilidad de besar sombras a escondidas. Déjame sin momentos inoportunos.
Acércame las huellas de ser que jamás alcanzaré. Sostenme los pedazos de no
dejan de quebrarse. Escúchame en esta noche vacía. Estoy implorando entre
versos malhechos. Húyeme por el estrecho que encuentres. No me compadezcas. Ignórame
en las suplicas. Rescátame ¡Por favor! Descuídame durante la primavera de tus
urgencias. Defiéndeme de las ideas interrumpidas. Engáñame con una retirada de
juguete. Déjame un instante sin pensar, pero no olvides regresarme en la
mañana.
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