Dando vueltas en la cama, entre mis múltiples yo. Entre
mis ningún yo.
Revuelvo las sábanas de mi conciencia, de mis deseos, de
mis no ganas de ser eso, esa con quién me confunden. ¿Quién puede nombrar a una
rosa solo por su color? Siento que me ahogan, que me asfixio.
Aplasto los pensamientos con la almohada, intentando
aplacar la eterna lucha entre un pasado trágico, tóxico y un futuro precozmente
frustrado, vencido.
¡No me miren más! ¡No me griten más! Esas sombras, esas
temerosas voces que se esconden detrás de otras voces, detrás de mí insomnio.
No quiero ser lo que creen, no quiero creer que lo soy. Dejen que el silencio
me aturda, no me endulcen el aire con el veneno de las palabras. No existe para
mí, no hay más, ni allá ni acá. No hay más en mí que esta eterna carencia. Esta
única necesidad de llorar las letras, de sangrarlas, de escupirlas sin
masticar.
No hay más que eso.
Una melodía muda en medio de la noche vacía.
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